
La imagen del Gran Premio de las Américas ocurrió antes de que arrancase. A falta de dos minutos para empezar la carrera, Marc Márquez, ante la imposibilidad material de cambiar de neumáticos de lluvia a seco, espero al límite para salir corriendo hacia los boxes a cambiar de moto, intuyendo que el resto de la parrilla iba a salir tras él uy obligar a la organización a sacar la bandera roja. Esto obligaba a construir de nuevo la parrilla, lo que le daba tiempo (10 minutos) para cumplir su deseo.
“Sabía que todos me iban a seguir. Nuestra tarea es sabernos el reglamento, no sólo montar en moto”, dijo el carismático piloto. Márquez no es un hecho aislado. El deporte está salpicado de episodios donde la astucia jugó en favor del interesado o incluso la memoria de viejas reglas olvidadas.
La autocanasta de Pedro Ferrándiz
Se produjo en un escenario tan sublime como la Copa de Europa. En enero de 1962, el Madrid visitaba Varese en la ida de los octavos de final de la Copa de Europa. Llegaron empatados a 80 a falta de dos segundos y Pedro Ferrándiz, técnico blanco, calibrando que tenía lesionadas o eliminadas a sus estrellas -Hightower y Morrison- optó por un tiempo muerto. Allí dio indicaciones a Alocén de encestar en su propia canasta y evitar ir a la prórroga, donde la diferencia se presumía mucho mayor.
En el partido de vuelta, el Real Madrid ganó por 18 puntos y pasó a los cuartos de final. Llegaría hasta la final, donde sucumbió con el Dinamo de Tiblisi soviético.
Lorenzo Alocén, autor de la autocanasta
El golpe desde el párking de Seve
En el Open Británico de 1979, en la última jornada celebrada en lunes, Seve inventó un golpe al borde del reglamento. Llevaba dos golpes de distancia a los demás. Había un viento cruzado de izquierda a derecha, el peor que hay para los golfistas. Pegó el driver a la derecha en ese par 4 y la bola aterrizó al lado de unos coches que estaban en un aparcamiento -de hierba- paralelos a la calle. Había tanta gente que la organización tuvo que habilitar aparcamientos en cualquier parte. El cántabro sabía que desde ahí se podía jugar.
“Se formó un buen revuelo”, recordaba hace unos años el hermano Manuel. “Se tuvieron que mover algunos vehículos. Aunque suene muy mal donde estaba, el fallo no había sido tan grave. A Seve le quedaba un golpe de unos 90 metros a la bandera. Jugó un ‘sand wedge’ y la dejó a seis metros del hoyo. Y la metió”.
Este golpe será recordado por su singularidad y porque permitió al golfista español terminar ganando el título ese año.
El penalti indirecto de Cruyff
Un penalti nunca visto lanzado por Johan Cruyff hizo que la goleada (5-0) del Ajax ante el modesto Helmond Sport pasara a la historia del fútbol. Cruyff se puso de acuerdo con su compañero Jesper Olsen para que, en el momento de lanzar el penalti, acompañara su carrera para provocar el dos contra uno ante el portero. Años más tarde inspiró a Messi y Suárez a reeditarlo frente al Celta en un partido de LaLiga.
8 formas de tirar un penalti para engañar al portero.
Lewis Hamilton sin bajarse del coche
La norma ya ha cambiado, pero Lewis Hamilton, que se empapó el reglamento en 2007, hizo bien uso de él durante el Gran Premio de Europa de aquel año en Nurburgring. Tras una salida de pista, el británico sabía que si se mantenía dentro del vehículo y con el motor encendido, podías recibir ayuda para volver a pista. Hamilton fue devuelto a pista por la grúa. Finalmente no logró puntuar, pero pudo acabar la prueba, no como otros pilotos accidentados.
La grúa devuelve el coche de Hamilton a pista
Las cuentas en el pelo de Venus Williams
Lindsay Davenport ‘abusó’ de una tierna Venus Williams durante el Open de Australia de 1999. La mayor de las hermanas fue penalizada con un punto en el tercer juego del segundo set por llevar trenzas con cuentas en el pelo. Durante el partido, algunas cayeron al suelo y Davenport, que conocía las reglas, se puso a recogerlas para llevarlas al juez de silla. El jugador es responsable de llevar todos los elementos de juego y la vestimenta se considerado elemento. El primer castigo fue una advertencia y el segundo, un punto. “Es mi pelo y no voy a cambiar”, increpó Venus. Y nunca más las volvió a llevar.
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