
Roberto Alés accedió a la presidencia del Sevilla en febrero del año 2000, con la entidad en bancarrota y camino de un nuevo descenso de categoría en los tiempos más convulsos de un club que ya era centenario sin saberlo. El futuro pintaba francamente mal pero con esfuerzo y acierto lideró durante tres años la reconstrucción de un equipo que en los años posteriores viviría dos décadas de gloria preñadas de títulos nacionales e internacionales.
Años después, cuando do
Seis años después de su fallecimiento, su hija Carolina es uno de los miembros del actual Consejo de Administración del Sevilla Fútbol Club. Dicho de otro modo, es una de las ocho personas que dirigen, al menos en teoría, los designios del club de sus amores y uno no puede evitar preguntarse qué pensaría don Roberto del papel que ella está jugando en las actuales circunstancias de deriva deportiva, social, económica y hasta moral de la entidad nervionense.
No tengo el placer de conocer a Carolina Alés y supongo que este artículo de opinión le revolverá el estómago hasta cierto punto, entre otras cosas porque no es justo hablar sólo de ella cuando hay otros protagonistas tan significados como Fernando Carrión -su padre también fue presidente- o Francisco Guijarro.
Entre todos ellos y sus familias suman un buen puñados de acciones, las necesarias para mantener a José María Del Nido Carrasco sentado en el sillón presidencial con las consecuencias que todos sabemos. Todos ellos, los tres, son sevillistas de cuna. Aficionados que algún día fueron de la mano de su padre al Ramón Sánchez-Pizjuán.
No son, para que se entienda, tres extranjeros nacidos en China, Singapur, Qatar o Estados Unidos que un día decidieron invertir en un club de fútbol español por dinero o mero capricho. Son sangre de nuestra sangre, de la que alimenta el río de los sueños compartidos.
Llegados a este punto, uno se pregunta qué queda de aquellos niños -niña, en el caso de Carolina- en los actuales gestores de un Sevilla en caída libre. Qué queda de altura de miras en unas personas que han decidido priorizar sus intereses personales por encima de lo que demanda el sevillismo de forma unánime, como quedó patente ayer en Nervión.
Yo creo humildemente que nunca es tarde para dar un paso al frente -o quizás al lado- y hacer lo correcto. Para recordar que son los albaceas de unos apellidos ligados de forma indeleble a la historia del club. De ellos depende que esos nombres no acaben maldecidos y vilipendiados por la misma afición que un día los tuvo en tan alta estima.
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