

Un refugio llamado fútbol
Como la historia de Mazim y Mouhaz. Son dos de los miles de niños que atraviesan su infancia lejos de su hogar. En la ciudad fronteriza de Adré, a dos horas de un tortuoso camino hasta el campo de refugiados de Metché.
Antes de que Médicos Sin Fronteras levantara en el campo un centro médico, sólo un par de aldeas míseras constituían los únicos núcleos humanos en la zona. Mazim y Mouhaz son hermanos, dos niños que crecen donde las temperaturas pueden alcanzar los 50 grados, donde las noches traen un frío implacable y donde las tormentas hacen que la arena se mastique.
Se llama Mazim Mahdoub Ahmad y tiene 12 años. Así se presenta: “Soy de El-Geneina, el mayor de seis hermanos: tengo dos hermanas y tres hermanos. Llevo aquí casi dos años y también comparto el refugio con dos de mis primos. Mi tía, la hermana de mi madre, regresó a Sudán para intentar encontrar a su esposo, que llevaba meses desaparecido.”
“La vida aquí está bien. Mis días consisten en jugar al fútbol, ayudar a mi madre y jugar al fútbol de nuevo. Cuando juego, siempre ocupo la misma posición: lateral. Mi equipo favorito es el Real Madrid. ¡Mira! Tengo su logo en mis pantalones de chándal. Y mi jugador favorito sigue siendo Cristiano Ronaldo, aunque ya no juegue allí”. Mazim recuerda. Lleva una especie de diario mental en el que se mezclan momentos entrañables con un fondo de amargura, reflejo de su realidad.
Mi equipo es el Madrid, siempre llevo su pantalón. Y mi jugador es Cristiano
“Desde la última vez, ocurrió algo terrible. Nuestro balón hecho de calcetines se ha roto completamente. Pero aún logramos jugar, con suerte. Algunos niños del bloque vecino tienen su propio balón, ¡como uno real! Hecho de cuero y todo. Han reunido un poco de dinero juntos para poder comprarlo. Está completamente desinflado, pero ahora jugamos con ellos también. Por lo general, nuestros juegos son de 3 a 4:30 de la tarde. A las 4:30 es el momento en que los adultos vienen a jugar, así que les dejamos el campo.
Cuando todavía estaba en Sudán, veía los partidos del Madrid todo el tiempo. Pero aquí no tenemos televisión y no puedo seguirlos más. En el campamento hay algunos refugios grandes donde la gente ha podido conectar televisores y antenas para ver los partidos. Pero tienes que pagar para entrar, y no tengo dinero”.
Su historia llegó a oídos de alguien cercano al Madrid. A través de Médicos Sin Fronteras llegaron hasta Adré 60 camisetas del equipo blanco, balones, fotos firmadas… Una locura para unos niños que no daban crédito a lo que recibían.
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