
Como si la vida caprichosamente trazara una línea existencial entre la niñez y la edad adulta, Sergio García, 45 años y cien grandes desde el jueves, inició su relación con los Majors delante de una noria, la que se había instalado junto a los aledaños del Royal Lytham el extremo verano de Gran Bretaña de 1996. También la icónica atracción resume de algún modo lo que ha sido la carrera del golfista de Borriol, una rueda que no ha dejado de girar, donde las fuerzas centrífugas y centrípetas lo atrajeron hacia el éxito, pero también lo expulsaron de él con tremenda crudeza.
Con el punto culminante de la victoria en el Masters de Augusta de 2017, García saltó de grande en grande sin interrupción hasta la edición del torneo de la chaqueta verde de 2020, desplazado a noviembre por el Covid 19 que le atrapó y le impidió seguir sumando. Luego llegaría su deserción de los circuitos que acepta el ránking mundial, lo que abocó en más ausencias. “Cien grandes es una cifra que significa muchísimo. Si lo piensas detalladamente, hay pocos que lo hayan conseguido —apenas 17 y sólo tres europeos, Langer, Lyle y Faldo— y eso indica no sólo la calidad de mi juego, sino también la consistencia y no sólo en el juego, también físicamente. Por ejemplo, Tiger Woods, que ha ganado muchos más grandes que yo, no ha llegado por las lesiones que ha tenido. Estoy orgullosísimo de esa cifra y espero sumar muchísimos más”, cuenta el golfista que ahora capitanea a los Fireballs en el LIVGolf, circuito al que se incorporó en 2022.
Aquel inicio entre greenes con calvas tuvo también el simbolismo de la presencia de Severiano Ballesteros. Él era aún era el foco mediático español, pero nunca un chico tan joven había alcanzado el grande europeo en el Siglo XX. Había que remontarse a 1878 para ver a un debutante menor. “Recuerdo varias cosas. Jugué un par de vueltas de prácticas con Seve y fue increíble. Lo pase muy bien. Era un sueño hecho realidad. El primer día, acabado el hoyo 7 iba dos bajo par, pero luego tuve problemas en varios bunkers. Con 16 años era un yogurín”.
Sergio García con la chaqueta verde
Falló el corte, pero permaneció en Blackpool hasta el domingo y en un restaurante coincidió con Tom Lehamn, el ganador. “Me dijo unas palabras muy bonitas, que yo también lo ganaría”. La profecía a punto estuvo de cobrar vida en el verano de 2007 en Carnoustie, el campo escocés que lo zarandeó en 1999, cuando acabó el último entre los jugadores que completaron las primeras rondas. “Será el primer jugador que quede el último y el primero de este torneo”, dijo el que entonces era su mánager José Marquina. Le faltó un palmo. Pero aquel domingo 22 de julio, día de la Magdalena, el putt desde dos metros giró a la derecha en el hoyo 18. “Creo que lo tiré perfecto, por el centro, pero no sé por qué no entró. He pensado mucho en ese putt, aunque no he hablado mucho de él. No es agradable. Cuando estás tan cerca de ganar el torneo con el que has soñado toda la vida…”.
La rueda ha girado demasiado rápida en el relato. Porque mucho antes de ese desencanto, Sergio vivió momentos dichosos. Especialmente en el PGAde 1999, un mes después del batacazo que se había dado. De pronto, en Medinah, otro domingo de calor, la jornada en la que se decide todo salvo imprevisto, encontró al chico joven y fresco que el mundo necesitaba para situar como adversario de Tiger, que allí alcanzó su segundo grande. “Es el torneo que me cambió la vida y el que me dio a conocer en Estados Unidos”, recuerda el español. “Pero yo no me lo tomé en ese sentido de ser una alternativa a Tiger. Eso lo pensó la prensa y la gente. Sólo quería disfrutar de lo que amaba y me ganaba la vida con ello. Pero no me despertaba y pensaba: soy la respuesta a Woods”.
Su golpe a green desde la calle del hoyo 16 junto a las raíces de un árbol, que se secó y ya no se puede contemplar, esa carrera posterior con un salto en el aire mientras se medía las pulsaciones del corazón, lo midió Sergio en otros parámetros. “Quedar segundo a un golpe de Tiger me sirvió para conseguir la tarjeta del PGATour, meterme en la Ryder Cup y acabar el segundo en mi segundo grande profesional”.
Sin la victoria en el Masters, mi carrera también hubiese sido una gran carrera
Un joven de 19 años, una edad impropia de una estrella del golf, estaba en boca de todos. Sometido a las urgencias de quienes pretendían revisar todos los registros de la historia; aliviado por la edad, para otros, que solicitaban un margen de aprendizaje a un jugador que en las etapas de amateur subía de dos en dos los peldaños.
Comenzó entonces la etapa de los ‘¡Uy!’. Antes de meter los dos brazos en la chaqueta verde, García coleccionó 22 puestos entre los 10 primeros en los grandes. Algunas temporadas tan destacadas como la de 2002 en las que apareció en ese tramo en los cuatro grandes: octavo en el Masters, cuarto en el USOpen, octavo en el British y décimo en el PGA. Era un goteo permanente.
La crítica, no obstante, no valoraba la regularidad. De su generación se adelantaron Adam Scott y Justin Rose. Sergio lucía el dudoso cartel de mejor jugador del mundo sin un grande. La presión iba en aumento. “Llega un momento que te medio obsesionas un poco”, reconoce ahora. “Había tenido dos o tres buenas oportunidades, y en alguna más había estado cerca de ganar, y durante un tiempo lo tenía muy presente. Y, curiosamente, cuando pensé que mi vida no se iba a acabar si no lo ganaba y mi vida no iba a pasar de buena a malísima, llegó el Masters y lo conseguí ganar. Pero también he de decir que sin él, también mi carrera hubiese sido una gran carrera”.
Sergio García y el famoso golpe de Medinah
Dos momentos fueron especialmente críticos en esa travesía. Uno al terminar prematuramente el PGA en 2010, cuando hastiado del golf decidió tomarse dos meses y medio de descanso. Su cabeza no podía más. El segundo fue una catarsis pública al finalizar el Masters de 2012, en el que merodeó cerca del liderato en las dos primeras jornadas para terminar decimosegundo. Sergio fue duro consigo mismo. “No soy lo suficientemente bueno. No tengo lo que necesito”, dijo. “En 13 años, la conclusión es que tengo el nivel para jugar por el segundo o el tercer puesto”. Al preguntarle si se refería al Masters, García respondió: «No, en ningún major soy lo suficientemente bueno. Tengo mis oportunidades y las desaprovecho”. Derrotado, no contaba con lo que iba a ocurrir cinco años después cuando hasta los más entusiastas dudaban de que se produjese.
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Al septuagésimo cuarto intento, el 71 consecutivo, Augusta 2017 fue su gran partitura. Empezó con 71 golpes en cuarta posición, lejos de un desbocado Charley Hoffman, que arrancó con 65, para luego frenarse el segundo día. En ese momento, García se encaramó al liderato compartido y empezó el codo a codo con Justin Rose, que abocaría en un desempate victorioso.
“Hubo varios momentos muy buenos, pero del domingo sin ninguna duda hay dos. El más importante fue el del hoyo 15, el eagle, no sólo por el tanteo sino por la energía, la sensación que sentí al meter el putt, la ovación que me dio el público… Fue increíble. Se me pone la piel de gallina cada vez. Y, también, el momento del 13, cuando la tiré a las azaleas y conseguí un buen par en ese par 5, a pesar del dropaje. Aquello me dio alas para seguir luchando”.
Desde ese momento, su vida en el Augusta National se ha transformado. Ya no se cambia en el vestuario que está a la derecha de la cantina en la que los camareros crean complicidad con los clientes si les das una buena propina. Ahora lo hace en el vestuario de campeones. Y participa en la cena de los martes. Y en cada jornada come en el comedor de campeones, donde Tiger Woods —ausente por otra lesión esta semana— entraba en trance cuando faltaba poco para afrontar la jornada final.
El torneo que más le ha volado la cabeza y en el que mejor ha expresado su espontaneidad, le ha guardado un hueco entre sus maestros con la prenda más cotizada del mundo.
Dos ocasiones más encuentran a Sergio García como protagonista, lo que le hubiese permitido un palmarés más grueso. El primero atentó contra los principios de la física, con Harrington de nuevo como ganador airoso. El golpe del 18 al rough tenía que haberse metido en la hierba alta, pero desafiando las leyes permaneció visible. García maldijo ese desenlace, que le privó de un desempate en el PGA de 2008. Hubo una revista que luego intentó el mismo desafío. TIró 20 bolas en esa zona y todas se hundieron. También esa sensación del equipo de los derrotados, aconteció en el British de 2014.
Sergio se lamenta del putt fallido en Carnoustie en el Brisith de 2007
Con McIlroy desatado, el de Borriol estuvo cerca de darle caza. Cedió por dos golpes con el norilandés, pero durante varias horas si vio con fortaleza. “En el Royal Liverpool, iba lanzado hasta que la salida del par 3, en la que la tiré al bunker e hice bogey cuando estaba cerca de Rory”. “Pero al final lo piensas positivamente para que te ayude y para recrear una situación similiar”.
Entre el 1 y el grande 100 de esta semana hay dos personajes separados por casi 30 años. Atrás ha quedado el chico que radiaba sus putts en La Coma, cuando ya se hacía de noche, imaginando que ganaba el Masters de Augusta delante de algún visitante. “No recuerdo eso, pero si tú lo dices…”, responde al periodista. “Desde luego que era un sueño de toda la vida. Como también el Open Británico”.
Ahora, la chaqueta verde con su nombre está en una de las taquillas de caoba del vestuario del Augusta National. Y Sergio, padre de dos hijos, Azalea, por su triunfo el Masters, y Enzo, es otro. Donde había ansiedad y gestos que le afearon, ahora hay calma. “Mi paz responde a una combinación de hacer las cosas bien. El calendario que tengo ahora me ayuda. El poder descansar a final de temporada para mí es importante. Necesito darle descanso a la mente y al cuerpo. Como ya comenté también en el US Open, el fichar por el LIV Golf y no tenerlo tan fácil para jugar los grandes me ha dado otra visión. Antes no es que no estuviese motivado, ahora no es tan fácil y me tomo el intento de estar al máximo”, razona Sergio.
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