
Como imagino que sobrarán sastres para hacerle un traje a medida a Diego Pablo Simeone por la culminación de su Operación Final de Copa saldada con la friolera de cero disparos a puerta, como todos los años la fuerza se le va para medirse al Madrid, quiero detenerme en la figura de Hansi Flick, indiscutiblemente el hombre del año en nuestro fútbol muy por delante de Lamine, Mbappé o un minimizado ayer, Julián Álvarez que apenas tuvo chance de pisar el área en todo el partido.
Si Deepl, la mejor app de traducción no me engaña, decir “esto es fútbol, papá” en alemán sería algo así como: Das ist FuBball, vater”.
Y a esa máxima del gran Bordalás, antítesis de lo que se pregona de forma machacona desde la Ciudad Condal, se aferró el técnico teutón cuando vinieron mal dadas tras el descanso.
Porque esa es la única pega que se le puede poner a un Barcelona que ayer en el Metropolitano resolvió su pase a la que será octava final de Copa en formato Clásico contra su eterno rival.
Apenas media hora con sus habituales señas de identidad para reducir casi hasta el ridículo a un Atlético ilógico, sin energía y sin fe en lo que había que hacer para que el 4-4 de la ida fuese un buen resultado.
La presión alta, la agresividad en los duelos, el juego posicional y el talento creativo de sus futbolistas le dio para que Ferran, en la NBA sería de largo el Mejor Sexto Hombre de liga, batiera a Musso que salió tarde y mal, para finiquitar una semifinal de juego irregular en el cómputo total.
El Barça tan solo chutó cinco veces a puerta y cometió el doble de faltas, he dicho bien, el doble de faltas que el equipo del Cholo e incluso se permitió sin ningún tipo de complejo concluir el partido con un doble lateral en la banda derecha (Koundé-Gerard Martín) para frenar las acometidas de Galán y la Araña que, con más corazón que cabeza, incordiaron buscando a Sorloth, el único con cierto peligro. Hasta echamos en falta la contundencia de Gavi, que ha perdido sitio.
Al planteamiento de Flick en este cuarto enfrentamiento ante el Atleti no hay nada que objetarle, entre otras cosas, porque le baja el volumen a todos los voceros, cada vez menos afortunadamente, que no dejan de darnos la turra con que la forma siempre es más importante que el fondo. El Barça cuando necesitó de calidad ofensiva la puso sobre el césped. Lamine volvió a dejar detalles de boca abierta y Pedri gobernó el partido como si estuviese en el instituto. Cuando tuvo que acularse y que su portero respondiese a los centros sin rematador lo hizo sin ponerse colorado. Al final, lo de siempre, festejaron el viaje a La Cartuja y nadie reparó ni en la posesión o en el ridículo arbitraje de Munuera que desde que se cruzó con Bellingham en Pamplona ya no levanta cabeza.
Efectivamente en este nuestro fútbol hay un papá y se llama Hansi Flick.
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