
La Agencia Estatal de Meteorología activó la alerta roja para entre otras provincias Valencia, ante la previsión de lluvias de carácter torrencial.
La Generalitat Valenciana envió un mensaje a los móviles en las zonas más susceptibles de verse afectadas y pidió a la población que evitara desplazamientos y extremara precauciones.
El Ayuntamiento de Valencia, entre otras muchas medidas, suspendió cualquier actividad en los centros escolares, universitarios, ocupaciones o sociales (de mayores, de día, de juventud…), además de cerrar parques y jardines.
Por supuesto también se echó el cierre a toda actividad deportiva de carácter municipal.
Todo eso, menos de un año después de que otra dana se cobrara centenares de vidas.
Todo eso, el domingo. Todo eso, de cara a este lunes.
Pero ahí seguía el Valencia-Oviedo, fijado para el primer día de la semana a las 21.00 horas, sin que nadie tuviera dos dedos de frente para anunciar su aplazamiento apenas un minuto después de que se decretara la alerta en cuestión.
Ni muchas horas después, por increíble que suene.
Hubo que esperar hasta aproximadamente las 16.00, apenas cinco antes del partido, para que tuviera carácter oficial de una maldita vez lo que nunca debió retrasarse tanto. Y si el anuncio se demoró, se cuente lo que se cuente ahora, lo cuente quien lo cuente ahora, fue porque la intención era jugar. Y la intención era jugar porque la prioridad era televisar, nunca tan evidente como en este caso, con la población cercana, conviene insistir, conminada a quedarse en casa.
El más elemental sentido de la precaución siempre topa con la lógica siniestra del fútbol, para la memoria quedan aún, también con alerta roja por medio, las críticas que provocó el aplazamiento de un Atlético-Sevilla porque no llegó a llover en Madrid… mientras apenas a 50 kilómetros, en Aldea del Fresno, estaba muriendo gente. Los que no quieren aficionados sino clientes tienden a olvidar que muchos de los que acuden a un estadio recorren kilómetros para animar a sus colores, pareciera a veces que Mestalla (o el Metropolitano, o el que sea…) sólo se nutre de las calles aledañas.
Ninguno de los implicados esta vez tiene compromisos continentales, de modo que, desafortunadamente para ellos, afortunadamente para LaLiga y compañía, la solución es fácil: se juega el martes, si el clima lo permite. Porque estas líneas se redactan cuando lo peor no ha pasado aún, cuando un partido debiera ser la menor de nuestras preocupaciones. Pero en este tipo de situaciones, cada vez más frecuentes, el fútbol de élite se hace notar porque llega tarde y porque llega mal.
La pelota se sigue manchando, querido Diego.
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