200 goles con la rojiblanca. Se dice antes de lo que se hace. Cuando Julián se la puso, igual que tres días antes se la había puesto Baena para el 199, monsieur no tuvo otra que hacer los honores. Que Antoine Griezmann no es el que era resulta tan evidente como que ha sido mucho… y que aún será. A la que entró esa pelota se puso a jugar el banquillo, unos encargándose de recuperarla para el museo y echar otra al campo, que no era cuestión de suspender el partido, Koke llevando a su amigo la correspondiente camiseta conmemorativa. El árbitro se unió a la fiesta decretando el entreacto, cosa que se agradece.
Atlético y Eintracht habían despachado con 17 goles sus partidos del fin de semana, siete en España, diez en Alemania, 11 a favor, seis en contra, de manera que podía sospecharse cualquier cosa menos un partido insulso. Simeone echó leña al fuego apostando por un tercer delantero para la banda izquierda, Raspadori en el puesto de un febril Nico. Efectivamente, aquello fue una fiesta ofensiva. Pero casi siempre hacia el mismo lado. El que defendía el pobre Kaua Santos, que se terminó llevando los mismos que Courtois. Por si quedaba alguna duda. Porque el de Grizi justo al borde del refrigerio era el tercero en la jaula ya.
El primer acto fue capicúa. Empezó con gol de Raspadori y terminó con el ya citado. Entre uno y otro, el de Le Normand. Despachó un intervalo notable el equipo rojiblanco, surfeando aún la ola del derbi, pero no puede obviarse que enfrente tuvo una de las peores defensas que haya visto el Metropolitano en sus aún pocos años. Hizo esos tres el Atlético como pudo hacer cuatro más, consten en acta la de Giuliano driblando cuando la jugada pedía remate, la de Grizi pegándola de aquel modo y las dos de Julián, una desviada y otra al muñeco.
No había por dónde coger al Eintracht atrás. En el 1-0 Giuliano se hizo un llavero con su marcador para que otro defensa asistiera a Raspadori en el afán por que no rematara Julián. En el 2-0 Griezmann recibió un saque de esquina raso en el área pequeña y sin nadie que lo atendiera. En el 3-0 a Julián le faltó fumarse un cigarro en lo que se marchaba por la izquierda antes de ponerla. No había oposición, no había nada. Ni falta que hacía, claro. Para colmo alemán, el Atlético también se manejaba entonces con seriedad en la zaga, apenas un disparo de Chaibi y alguna correría de Doan.
El equipo del Cholo pudo haber jugado fuera de casa, las cosas como son. No resultaba tan exagerado como lo de Barcelona en 2022, pero los aficionados del Eintracht se contaban por miles. La cultura de grada alemana, afortunadamente, sobrevive en este fútbol moderno que prefiere clientes a hinchas. Pero la marabunta topó con el Metropolitano, léase con más de 50.000 tipos dispuestos a llevar la contraria al sistema, ahora pito el himno de la competición, ahora abrocho una goleada por lo que pueda pasar estos meses.
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Simeone había ofrecido respecto al sábado un respiro para Hancko y Koke, que las ausencias de Nico y Sorloth venían motivadas por lo médico. Era el cuarto partido del Atlético en diez días naturales, el que sepa dividir que divida, así que tuvo hasta cierta lógica ese rato posterior de cierta zozobra, traducido en gol de Burkardt justo después de que desde el banquillo local se apostara precisamente por el capitán para recuperar la pelota… y justo antes de que efectivamente se recuperara. Con las cosas de nuevo en su sitio llegaron otro córner mal defendido a mayor gloria de Giuliano y el penalti transformado por Julián. A lo panenka, por si doña UEFA capta el mensaje. O sea, que otra mano. O sea, que los mismos pies de casi siempre. Los de Antoine. El principito, sí. El rey, también.
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