Durante décadas, Richard Virenque fue el rostro más reconocible del ciclismo francés. Idolatrado por el público, temido en la montaña, adorado por los medios y también señalado por la justicia. Fue segundo en el Tour de 1997, ganó siete maillots de lunares, sumó siete triunfos parciales y encarnó, para bien y para mal, el ciclismo de los años noventa. En 1998, cuando parecía listo para asaltar el trono del Tour, el escándalo Festina lo convirtió en chivo expiatorio de un sistema mucho más amplio. Pese a todo, regresó. Y lo hizo para ganar.
En pleno Tour’25, y coincidiendo con el 50 aniversario del nacimiento del maillot de lunares, Virenque atiende a MARCA con calma, lucidez y sin miedo a repasar su trayectoria. Desde la gloria precoz en los Pirineos hasta el castigo que sufrió por parte de las autoridades francesas, el exciclista de Var no esquiva preguntas. “Me chantajearon para confesar”, asegura, con la seguridad de quien no tiene nada que esconder.
Infografía MARCA.
Han pasado casi treinta años desde aquel verano en el que Francia soñó con verle de amarillo en París. Aquella edición, la de 1997, fue su gran oportunidad: lo tenía todo para ganar, pero Jan Ullrich fue más fuerte. Un año después, el ciclismo francés vivió su mayor terremoto con el caso Festina. Virenque, icono del Tour y protegido del presidente Chirac, fue utilizado como ejemplo. Pasó de héroe a villano en cuestión de días. “Todo se montó para destruirme”, afirma ahora a este medio.
Aquel escándalo truncó su carrera como aspirante a la general, pero no apagó su hambre. Convertido en símbolo de la montaña, volvió tras su sanción para escribir una segunda vida deportiva llena de ataques, épica y reconciliación con la afición. En una charla pausada con este medio, el mítico escalador repasa todos los temas: sus ídolos, su relación con Indurain, los jóvenes franceses, Pogacar, Van der Poel, y ese legado -con lunares- que aún perdura en la memoria de todos los amantes del Tour.
¿Qué representa el maillot de lunares en su carrera?
Todo. Este año cumple 50 años y para mí es lo más grande. El Mont Ventoux, por ejemplo, es mi jardín. Gané dos veces en el Dauphiné allí y una en el Tour. Después de mi sanción, cuando volví a competir, la gente me animó muchísimo. Esa victoria en el Ventoux fue como un renacimiento.
Virenque, en en Tour 2004.
¿Se siente más recordado como escalador que por sus clasificaciones en la general?
Sí. Siempre fui un atacante, no me escondía. Mi estilo era ofensivo. Por eso el maillot de lunares se asocia tanto a mi figura.
¿Llegó a verse ganando el Tour de Francia?
Sí, en 1998 realmente creí que podía ganarlo. Estaba en gran forma, pero todo se torció con el escándalo de Festina. Aquel Tour terminó para nosotros de manera abrupta.
Virenque, en un podio.
¿Considera la etapa de Courchevel la más especial de su carrera?
Sin duda. El día anterior, cerca de la cima, Pantani me soltó y me dolió mucho. Me lo tomé como una ofensa personal. Así que al día siguiente, en Courchevel, salimos desde el primer puerto a tope con todo el equipo. Era una cuestión de orgullo. Quería vengarme de Marco… y lo conseguimos. Ese día le metimos seis minutos.
¿Sintió que en aquel momento el Tour podía ser suyo?
Sí. Era un momento clave. En el Ballon d’Alsace, Ullrich estaba enfermo, le tenía a dos minutos. Me encontré con todos los favoritos, pero no quisieron colaborar. Creo que vieron que yo era un rival serio.
¿Duele más perder el Tour sobre la bicicleta o fuera de la carretera, como sucedió con el caso Festina?
Perderlo fuera de la carretera, sin duda. Y no creo que fuera solo el destino. En mi caso, todo se complicó con el contexto político. Yo era un ciclista muy vinculado a Jacques Chirac. En 1997, cuando quedé segundo en el Tour, Chirac era presidente de Francia y había un cambio de poder: la izquierda, con Marie-George Buffet, entraba al Gobierno. Chirac, que me apreciaba, incluso había dicho públicamente que yo ganaría el Tour del 98. Era el niño mimado de la derecha.
Virenque, antes de empezar una carrera.
Ese Tour de 1998 comenzaba con grandes expectativas. Había ganado etapas, era uno de los favoritos. Pero entonces, al inicio de la carrera, se produjo el escándalo. Willy Voet, masajista de mi equipo Festina, fue detenido en Bélgica con productos dopantes. Yo no sabía que él también era proveedor del pelotón. Cuando la justicia francesa lo presionó, él declaró que era un tema del equipo, que solo cumplía órdenes. Y ahí comenzó todo. Aunque sabían que era un problema estructural del ciclismo, centraron el foco en mí. Porque, repito, yo era el protegido de Chirac.
¿Cómo fue aquello?
Me esperaron. No me detuvieron en cualquier sitio, sino en Corrèze, el pueblo de Chirac. Fue algo simbólico. La policía me arrestó justo allí. Me tuvieron bajo custodia tres veces, 72 horas cada una. Y siempre di negativo en los controles. Nunca tuve un positivo. Pero aun así, me interrogaron como si fuera el cerebro de una red de dopaje. Dijeron que yo incitaba a mis compañeros a doparse. ¿Te lo imaginas? No era así. En un equipo hay doctores, hay una estructura. No puede recaer todo sobre un corredor.
¿Sintió que la justicia francesa se cebó con usted?
La justicia me señaló, se centró en mí. El juez que llevó mi caso, Gilbert, fue condenado años después por corrupción. ¡Ese juez terminó en la cárcel! Eso lo dice todo. Fue una caza de brujas. Un montaje político para atacar al entorno de Chirac. Y yo, por ser su símbolo en el deporte, pagué el precio. Tras toda esa presión, me chantajearon. Me dijeron que, si hablaba, si confesaba, todo iría mejor. Así lo hice. Y entonces, aunque no tuve condena penal, me suspendieron un año. Me quitaron un Tour. Mientras tanto, otros compañeros, que sí dieron positivo en los controles, recibieron tres meses de sanción. Tres. Yo, que no tuve positivo, uno entero. ¿Es justo?
Virenque, llorando tras ser acusado de doping.
Su castigo fue más duro que el de otros compañeros.
El Senado francés desveló en 2013 los resultados de los análisis del Tour de 1998. Había 180 corredores examinados. Cien dieron positivo. Yo no estaba entre ellos. Pero sí estaban Pantani, Jan Ullrich y muchos más. Y, aun así, toda la presión cayó sobre mí. Me apartaron del ciclismo. Me crucificaron públicamente. Y al final, fui yo quien tuvo que cargar con todo. Fui el símbolo, como si hubiera sido el culpable de todo lo malo del ciclismo. Francia me hizo pagar muy caro… a pesar de ser francés. Todo lo que cuento se puede comprobar. Está en internet. No soy ningún mitómano.
Nunca di positivo. Pero como era cercano a Jacques Chirac, decidieron utilizarme políticamente
¿Por qué decidió confesar entonces?
Me chantajearon. Querían una gran figura.
¿Cree que el ciclismo francés fue justo con su figura?
No. Fui el único retirado del Tour entre los años 90 y 2000 en esas condiciones. El gobierno francés, años después, desclasificó los resultados de los análisis del Tour 1998 y se demostró que más de 100 corredores estaban implicados… y yo no aparecía entre ellos.
Perder el Tour fuera de la carretera, por la vía judicial, fue lo más duro de todo
Cambiado de tema, ¿cómo ve el ciclismo actual?
Me gusta. Me recuerda al ciclismo de mi época: ataques lejanos, riesgo, espectáculo. Lo que hizo Van der Poel el otro día, por ejemplo, fue precioso, aunque le faltaron 700 metros. Pogacar y Van der Poel son puro show.
Virenque, en el Tour de 2004 con Lance.
¿Con qué tipo de corredor se identificaría si compitiera hoy?
Creo que me parecería a Carapaz o a Alaphilippe en su mejor momento. Son corredores valientes, que atacan, que buscan el espectáculo.
¿Cree que la figura del escalador puro está en peligro?
Quizá. Ahora los corredores son más completos. Pero aún hay sitio para los escaladores en la tercera semana del Tour. Veremos el duelo entre Pogacar y Vingegaard. Ahí estará la clave.
Confesé y me castigaron con un año. A otros, que sí dieron positivo, sólo les cayeron tres meses
¿Qué recuerdos tiene del ciclismo español?
Mis primeras victorias en los Pirineos. Allí conocí a muchos españoles: Jiménez, Cubino… y, por supuesto, a Indurain. Él era el jefe, pero siempre me dejaba hacer mis ataques. Nuestra rivalidad fue bonita, especialmente con Escartín o Heras.
¿Sintió el cariño del público tras su sanción?
Sí, la gente me lo hacía sentir. Pero también sufrí mucho. Me apartaron en un par de Tours para lanzar mensajes. Es duro cuando te marginan en un pelotón donde todo sigue. El ciclismo tiene también su parte hipócrita.
Virenque, en rueda de prensa.
El ciclismo tiene también su parte hipócrita. Me apartaron para mandar mensajes
¿Quiénes fueron sus ídolos cuando empezaba?
Theunisse, que estuvo en el PDM, y después Bernard Hinault. Era un atacante nato, con carisma. Luego tuve la suerte de compartir Tour con Indurain. Fue como un hermano mayor para mí.
El maillot de lunares lo es todo para mí. Representa mi estilo: atacar, sin esconderme
¿Ve posible que un ciclista francés vuelva a ganar el Tour?
Hay talento joven. Martínez, por ejemplo, necesita tiempo. Vauquelin también es un nombre interesante, pero debemos ver cómo responde en la montaña. Aún es pronto para saberlo.
En 1998 realmente creí que podía ganar el Tour. Estaba en forma, pero el escándalo lo arruinó todo
¿Qué opinión le merece Paul Seixas?
Es joven. Habrá que ver cómo se comporta en su primer gran test de montaña para poder valorarlo con justicia.
¿Cómo imagina el podio final del Tour de este año?
Creo que los dos primeros están bastante claros: Vingegaard y Pogacar, en el orden que sea. El tercer puesto está más abierto. Ojalá sea un francés, pero también podría ser alguien como Carlos Rodríguez o Evenepoel.
50 años del maillot de la montaña: los lunares más famosos del Tour
Montaje MARCA.
Cincuenta años de lunares, cincuenta años de leyenda. El maillot de puntos rojos del Tour de Francia celebra en 2025 su medio siglo de vida convertido en símbolo, mito y escaparate para los ciclistas más valientes. Los que no temen al vértigo. Los que atacan en el Tourmalet, sueñan con el Ventoux y reviven cada verano una tradición que comenzó en 1975 con Lucien Van Impe y que hoy perdura en los hombros de escaladores como Pogacar o Vingegaard. Este martes está en posesión de Lenny Martínez.
Vingegaard, con Pogacar.
Aquel diseño tan característico, fruto de la alianza entre el Tour y el chocolate Poulain, convirtió al mejor escalador de la Grande Boucle en un icono visual. Desde entonces, 50 años de historias se han escrito con este maillot como protagonista: sprints ganados por portadores de lunares, clasificaciones decididas en los Campos Elíseos y hasta un podio de París decorado por el orgullo de subir más alto que nadie. Pero si hay un nombre que define esta prenda, ese es el de Richard Virenque, con siete títulos de la montaña, récord absoluto.
El ciclismo francés ha sido el gran beneficiado de esta tradición: 22 victorias de sus corredores, con España como segundo país en la tabla (17), liderada por leyendas como Federico Bahamontes (6 títulos) y Julio Jiménez (3). Colombia irrumpió con fuerza en los 80 gracias a Lucho Herrera, pionero de los ‘escarabajos’, y desde entonces ha sumado cinco triunfos. Más reciente es el dominio esloveno: Pogacar, doble ganador del Tour y de la montaña, apenas ha vestido este maillot en carrera. El amarillo o el blanco del mejor joven siempre lo han acompañado.
Pogacar, de topos.
Virenque marcó una época entre 1994 y 2004. Durante ese periodo, el maillot a lunares fue prácticamente suyo. En tres ocasiones lo combinó con el premio de la combatividad, reforzando su imagen de guerrero total. “Yo creo que estaba hecho para eso”, dice. También ha confesado que sus títulos llegaron entre luces y sombras, afectado por el escándalo Festina. “Fui el chivo expiatorio, me chantajearon”, ha comentado a este medio.
Entre las curiosidades, destacan días en los que el maillot de lunares ganó un sprint masivo, como en 1994 (Van Poppel) o 2000 (Marcel Wüst), o jornadas insólitas donde se otorgaron puntos en los Campos Elíseos, con subidas tan simbólicas como la del Fossé en el prólogo de 1993. También hay datos sorprendentes: Christophe Rinero, ganador del maillot en 1998, no fue primero en ningún puerto.
En estos 50 años, solo en cinco ocasiones el mismo corredor logró el Tour y la montaña: Sastre (2008), Froome (2015), Pogacar (2020, 2021) y Vingegaard (2022). Un hito reservado para campeones totales. Sin embargo, el romanticismo del maillot a lunares sigue más ligado a los atacantes, a los luchadores de escapadas, a los que convierten cada jornada en una batalla personal por conquistar la cima.
Ciccone, de topos.
España también tiene historia viva con este maillot. Desde Vicente Trueba (primer ganador del Gran Premio de la Montaña en 1933) hasta Samuel Sánchez en 2011, pasando por Bahamontes, Jiménez, Perurena, Pedro Torres, Carlos Sastre o Egoi Martínez. 17 veces han vestido el maillot a lunares en París los ciclistas nacionales. Y aunque hace más de una década que no lo logran, la memoria de aquellos héroes de las cumbres sigue intacta.
Samu Sánchez, el último español en portarlo
El último español en lograrlo fue Samuel Sánchez, quien recuerda con emoción aquel momento: “Fue uno de los grandes hitos de mi carrera deportiva. En 2010 no pude tener la foto en París y en 2011 sí. Es algo que es muy difícil. En esa edición se premiaban doble las llegadas en alto. También era algo que beneficiaba a los de la general, que era donde yo estaba. Por eso tuve opción. Es uno de los hitos del ciclismo español porque cuesta mucho ganarlo. Ese maillot de lunares es el segundo más importante después del amarillo y me hizo mucha ilusión. Lo guardo en casa con mucho cariño. Estar en el podio del Tour con ese maillot y todos los sponsors fue una alegría”, afirma en declaraciones a MARCA.
Samuel Sánchez, maillot de topos.
Ese maillot de lunares es el segundo más importante después del amarillo y me hizo mucha ilusión
En este 2025, medio siglo después de que Van Impe estrenase oficialmente los lunares, el Tour vuelve a escalar sus montañas míticas con ese maillot como símbolo. Porque subir siempre será más que competir: es resistir, atacar, soñar. Como hicieron los Virenque, Bahamontes, Jalabert, Chiappucci, Carapaz o Pogacar. Cincuenta años después, el maillot a lunares no pierde ni una pizca de su magia.
Lenny Martínez honra el legado familiar con los lunanres
Lenny Martínez y su abuelo, Mariano.
Lenny Martínez ha vivido uno de los días más emocionantes de su carrera al enfundarse el maillot de la montaña tras la décima etapa del Tour de Francia 2025. El joven escalador del Bahrain Victorious no solo dio un paso importante en su progresión como ciclista, sino que también cumplió una promesa íntima: seguir los pasos de su abuelo Mariano Martínez.
A sus 21 años, Lenny logró lo que su abuelo —español de nacimiento y figura destacada del pelotón en los años 70— hizo en 1978: liderar la clasificación de la montaña en la Grande Boucle. Mariano, un referente en el arte de escalar, fue dos veces top-10 en la general del Tour, y su pasión por la bicicleta también marcó a Miguel Martínez, padre de Lenny y campeón olímpico de BTT en Sidney 2000.
Ahora quiero mantener este maillot todo lo que pueda, aunque con Pogacar ahí, será complicado
“Tenía dudas, pero no quería acabar este Tour sin dejar huella. Ahora quiero mantener este maillot todo lo que pueda, aunque con Pogacar ahí, será complicado”, confesó Lenny a Sporza.
Su gesto evocó el emotivo paralelismo con Mathieu van der Poel, quien en 2021 logró vestir el maillot amarillo que su abuelo, Raymond Poulidor, jamás pudo lucir. En el caso de Lenny, los lunares rojos no son solo un premio ciclista: son el símbolo de una herencia cumplida.
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